viernes, 19 de marzo de 2010

Si en entregas anteriores hablábamos de la transcripción de los cantos de los pájaros a nuestro lenguaje o de cómo clasificarlos por las características del sonido, en esta vamos a hablar de la forma de la secuencia sonora, de la manera en que se estructuran las llamadas de los pájaros canoros. Hoy toca hablar de partituras.

Aunque los intentos no faltan, no creo que haya nadie capaz de inventar un sistema práctico, eficaz, de notación musical para escribir los trinos, gorjeos, repiques y parloteos de los pájaros. En su lugar los científicos utilizan los sonogramas, representaciones gráficas de los sonidos conseguidas por medios electrónicos. Al igual que un músico puede oír en su mente una melodía con sólo echar un vistazo a un pentagrama, el sonograma permite intuir por dónde va una voz con sólo ver su aspecto. En la imagen de la derecha tenemos los sonogramas de cuatro pájaros muy comunes: los piídos espaciados de un gorrión común, el chirrido del triguero, la canción rítmica del carbonero garrapinos y la voz apresurada del chochín. En cada caso la escala horizontal mide el tiempo; la vertical el tono, la frecuencia; la intensidad del trazo, el volumen, la potencia de la voz. En esos cuatro ejemplos están contenidos todos los conceptos de los que vamos a tratar a continuación: la forma de la secuencia, el ritmo y la curva envolvente.

Para identificar un canto lo primero es preguntarse por la manera en que se emiten las notas. Este análisis va de menor a mayor complejidad. El gorrión común, por ejemplo, lanza una serie de motivos aislados, notas sueltas y espaciadas, como se ve en el primer sonograma. En otras especies los motivos son igualmente notas aisladas, pero muy seguidas, como en los bisbitas arbóreos o los trepadores azules; o muy rápidas, tanto que se encadenan como un ronroneo pero sin llegar a entrelazarse entre sí; es el caso de la buscarla unicolor.

Varios elementos forman un motivo, una serie de notas entrelazadas que dan lugar a palabras sueltas. El canto rechinante del triguero, formado por varios toques iniciales que se entrelazan a continuación en un trino, es un buen ejemplo, como se ve en la segunda línea de sonogramas. Hay otros muchos: el mosquitero papialbo, que lanza un trino corto al tiempo que sacude la cola, la voz de madera de las oropéndolas o el cacareo áspero de las urracas.

La sucesión de dos o más motivos, dos o más palabras, forma una frase, una estrofa. En la tercera línea casi se pueden oír las notas líquidas y entrelazadas del carbonero garrapinos. Pero la distribución espacial indica además una repetición ordenada: el ritmo forma parte del concierto de la naturaleza. Todos los páridos –herrerillos comunes y capuchinos, carboneros comunes, además de los garrapinos-parecen llevar dentro un metrónomo y cantan más o menos a compás. No son los únicos. También lo hacen los mosquiteros comunes, con su chif chaf repetido innumerables veces, las totovías y los zorzales charlos, con su doble fraseo musical.


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Sonogramas de los cantos de cuatro aves. | Foto: Carlos de Hita

Pero la mayoría de los pájaros cantan con frases largas, parloteos enmarañados. El chochín de la cuarta línea es un ejemplo de cómo combinar gorjeos ligados, trinos en stacatto, vibrattos y accelerando: un pájaro de ocho gramos resume en su voz toda una teoría de la música. Los parloteadores son muchos, entre ellos los grandes intérpretes plumíferos: mirlos, zorzales, petirrojos y carriceros comunes, por citar a los más conocidos. Los hay que dividen la secuencia en dos frases bien definidas, como ya vimos con el zorzal charlo, o en la voz sincopada, como una orden, del ruiseñor bastardo. Mención aparte merecen las parrafadas imposibles de las alondras, calandrias y cogujadas.

Para completar las herramientas de análisis –o para liarlo todo aún más, según se mire- queda hablar de la curva envolvente. No sé si es fácil intuir el significado de la envolvente como una línea imaginaria por el contorno del sonido, dividida en tres partes: ataque, sostenimiento y caída. Una envolvente bien definida, con un ataque claro, un transición central en suspenso y una caída limpia procede de la garganta de un chochín, de una golondrina, de un ruiseñor común o de un ruiseñor bastardo. Ataque y caída contundentes sin sostenimiento central pertenece a un agateador común, o un carbonero común. Una frase bien definida pero con un ataque poco decidido, sin tensión central y una caída deslavazada describe el canto lánguido del petirrojo. Ataque, sostenido y caída planas valen tanto para una buscarla unicolor como para un carbonero garrapinos. Pero, ¿cómo es la envolvente del trino en cascada del pinzón vulgar? ¿Y la del verdecillo?

A estas alturas de la academia de canto el oyente puede hacer dos cosas. Pasar de todo y dedicarse a disfrutar del concierto primaveral. O afinar la práctica y en las siguientes entregas empezar a aplicar estos métodos con los cantos de los principales intérpretes de cada hábitat. Oiremos una especie de top ten de la naturaleza.

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