domingo, 27 de junio de 2010

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Comienza el verano. Llega lo que se suele llamar buen tiempo: días largos, cielos despejados, calor, sequedad... y muchas estridencias. En el paisaje sonoro el verano es el tiempo de los insectos; un intervalo dominado por chirridos y zumbidos que, no obstante, comienza y acaba con unos sonidos broncos, contundentes. La estación comienza en junio con los ladridos de los corzos en celo y concluye en septiembre en medio de los bramidos de los ciervos, también en celo. Así pues, se puede acotar el verano como el tiempo que va del corzo a la berrea.

En efecto, tiene lugar por estas fechas la ladra del corzo. En los bosques, hacia los extremos del día o en plena madrugada, se escuchan los ladridos ásperos y cortantes de los machos en celo. No es fácil ver un corzo, pese a su abundancia. Estos parientes menores de los ciervos viven en la espesura, se confunden con las sombras, son muy vulnerables y rehúyen cualquier contacto; por eso las más de las veces, lo único que percibiremos de un corzo será un ladrido bronco, seguido del estruendo de las ramas rotas y el retumbar del suelo del bosque.

Pero el verano es, ante todo, calor, tiempo de bochorno y zumbidos, sol y moscas, sopor. Sólo con pasear un rato por un pinar de pinos resineros, entre el estrépito de las chicharras, se comprende bien el sentido de la palabra "achicharrarse".

Andando el verano en el cielo restallarán tormentas secas y el aire, igualmente seco, se cargará de electricidad. Y con ellas, pero también de la mano de muchos pirómanos, llegarán los incendios forestales. Quizá sea esta la verdadera canción del verano, una composición diabólica que siempre sigue el mismo desarrollo: crepitar del fuego, los quejidos como lamentos de los troncos ardientes, voces de tensión miedo y el estruendo de los medios de extinción. Demasiado a menudo, en verano el monte es un escenario de emergencias.

Pero incluso sin fuego, con el calor el campo suena a sequedad. Todo rechina, chirría, y el paisaje es pura estridencia. Sólo de noche, en la atmósfera húmeda, la atmósfera sonora se suaviza y las voces de los animales parecen perder sus aristas. El verano es, ante todo, época de fiestas y verbenas. Pocos lugares habrá en los que los ruiseñores, los autillos, los chotacabras no armonicen con el crepitar de los cohetes, con las melodías lejanas de la música amplificada.

La primavera se ha despedido con lluvia. Con suerte, y si el cambio del clima lo permite, a primeros de septiembre alguna tormenta descargará sobre unos pastos amarillos, nacerá la primera hierba fresca y desde el fondo de los montes se escucharán unos potentes bramidos. La berrea de los ciervos pondrá fin así a los calores del verano.

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